Vuelvo a actualizar este blog. Uno nunca sabe qué camino va a seguir una vez que lo arranca de nuevo, pero me apetece arrancarlo. He vuelto a escribir de cosas divertidas en mi trabajo, de música, de gastronomía, de viajes, incluso de Auster. Así que pegaré aquí algunos de esos textos por si tienen interés para alguien. No sé qué va a pasar con el alter-ego de este blog, el Esto es Brooklyn alojado en la plataforma de blogs de El Correo. Trato de mantenerlo, pero me cuesta tanto... De momento, abrimos la persiana aquí. Y lo hacemos con un texto sobre Auster que preparé hace unas semanas.
Bienvenidos todos. Bienvenido yo mismo.
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“Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro”, se lee en la primer línea de Diario de Invierno (Anagrama), lo nuevo de Paul Auster que salió a la venta el pasado 1 de febrero, un par de días antes del 65 aniversario del escritor (unas semanas antes lo hizo en formato electrónico). La novela, más un repaso vital que un relato de no ficción, llega traducida por Benito Gómez Ibáñez, lo que es una suerte y una garantía para el lector español. “Habla ya antes de que sea demasiado tarde y confía luego en seguir hablando hasta que no haya más que decir. Después de todo, se acaba el tiempo. Quizá sea mejor que de momento dejes tus historias a un lado y trates de indagar lo que ha sido vivir en el interior de este cuerpo desde el primer día que recuerdas estar vivo hasta hoy. Un catálogo de datos sensoriales. Lo que cabría denominar fenomenología de la respiración.”
Auster, como se ha visto en los párrafos precedentes, no se separa de la prosa que ha cautivado a su abultado club de fans, aunque reitera el juego de componer el relato en base a retazos de su vida, lo que ya utilizó en La Invención de la Soledad y en El Cuaderno Rojo, sus otras dos novelas (novelita, en el segundo caso) donde repasa su vida, sus matrimonios, su sexualidad, las intensas casualidades que han marcado su existir y, también, su obra. Las expectativas con Diario de Invierno eran altas. Siempre lo son en el caso de Auster, aunque a la fuerza hayamos aprendido que no siempre son respondidas con el entusiasmo necesario para garantizar la reciprocidad. Apostamos en su día por Viajes por el Scriptorium, lo que parecía un genial pasatiempo metaliterario, y erramos. Quisimos resarcirnos con Un Hombre en la Oscuridad y volvimos a estamparnos con la pared. Gracias, sin embargo, Paul Auster, por Sunset Park, que nos devolvió la fe. Y antes por Brooklyn Follies y antes por El Libro de las Ilusiones y antes por Leviatán y por todas las demás y en el principio de todo por la Trilogía de Nueva York. La leyenda se ha forjado a golpe de casualidad y muñeca rusa.
Para quien no lo sepa, Diario de Invierno, esto de Paul Auster que nos acaba de llegar, es una nueva visión de la vida del escritor, que habla sobre sí mismo en segunda persona, como si el protagonista fuera el lector y él, simplemente el narrador, como si nada de lo que ocurre le hubiera pasado a él mismo. Un severo accidente que le ha impedido volver a conducir; la muerte de su madre; un exhaustivo repaso por los 21 domicilios que ha ocupado en su vida; sus viajes de juventud a Europa; el sexo iniciático. Ya contó parte de su camino en La Invención de la Soledad y ahora nos invita a atravesar otros senderos, otras anécdotas y otras reflexiones desde el invierno de la vida. No son memorias al uso, ya lo sabemos, pero la prosa de Auster suele ser tan absorbente que igual nos da que la vida narrada sea la suya o la de otra persona. Auster es como de la familia. Un vecino de Brooklyn. Gente del barrio.
“Tus pies descalzos en el suelo frío cuando te levantas de la cama y vas a la ventana. Tienes seis años. Afuera cae la nieve, y en el jardín las ramas de los árboles se están poniendo blancas.” Ah, Auster.
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