De Norman Mailer, muerto hoy a los 84 años en Nueva York, leí Los desnudos y los muertos y Los tipos duros no bailan, que recuerde. Con ambas pasé un buen rato y nunca se me ha olvidado una de las anécdotas de la primera, que en esencia viene a ser una descarnada novela sobre la sinrazón de la guerra y una ácida visión sobre realidad social estadounidense, imagen que sitúa a partir de la absurda lucha de un pelotón destinado a un pequeño islote del Pacífico (Anopopei) con forma de ocarina. Quizá no es como la voy a intentar narrar, pero es así como la recuerdo.
Para los soldados de Anopopei, el hogar está a miles de kilómetros de distancia, tanto real como espiritual, y la única vía de escape son las frecuentes cartas que escriben a sus mujeres o novias, que salen de la base con semanas de retraso. La enfermedad sorprende a uno de los reclutas en la isla, pero resta importancia a su dolencia en las cartas que sigue enviando a la mujer que le espera en Estados Unidos. Empeora, pero las cartas que le llegan de ella siguen siendo optimistas, felices, llenas de deseos y planes de futuro, porque aquellas en las que le cuenta su enfermedad acumulan un retraso de varias semanas. Empeora aún más, pero sigue tranquilizándola en las cartas que escribe. Muere, y las autoridades militares están en el deber de comunicárselo a su esposa. Cuando le transmiten la noticia, ella sigue recibiendo cartas tranquilizadoras, que hablan de un amor y de un futuro ya frustrado. Él está muerto, pero durante varias semanas siguen llegando cartas escritas por el soldado. Ella lo entierra, pero sigue vivo en el papel, donde le pide que no se preocupe, que está bien, que la guerra acabará y se podrán abrazar enseguida.
Obituario en The NY Times | Perfil
1 comentario:
Pues vaya, hacía mucho que no me pasaba por aquí, y ahora que lo hago veo que ambos hemos escrito un artículo sobre Mailer, ¡y hemos puesto la misma foto!
Una coincidencia que le alegraría a Auster, seguro.
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