Y en mi buzón encontré un ejemplar de Un hombre en la oscuridad (Anagrama), la nueva novela de Paul Auster que saldrá a la venta por estos días. En la portada hay una especie de silueta pompeyana –esa radiografía fósil que es lo único que queda luego de la erupción y de las cenizas– aferrando el trapo de una bandera norteamericana. Y lo abrí al azar, página 125, y leí: “Esa noche reservan un vuelo de ida y vuelta a Buenos Aires...”. Sorprendido, empecé a buscar nuevas menciones y descubro que uno de los personajes es una especial argentina “de negra melena, su compañera de lecho, su fierecilla, su mujer desde hace tres años” que “tiene mucho temperamento, y a veces se pone a gritar como una loca. Cuando nos peleamos, me da por pensar que sólo se casó conmigo porque quería la ciudadanía estadounidense”.
Y a mí vuelve a sucederme lo que me sucede siempre con Paul Auster más allá de sus aciertos y fallos: abro un libro suyo y no puedo cerrarlo hasta alcanzar la última página. Un hombre en la oscuridad –como La noche del oráculo– está compuesta por varias historias girando dentro de la cabeza de aquel que las piensa. Un tal August Brill, un crítico literario que se repone de un accidente automovilístico y que imagina unos Estados Unidos en los que el 11 de septiembre no tuvo lugar, donde Bush no es presidente ni lo será y donde Irak es nada más que un país que queda muy lejos. Pero esos Estados Unidos se encuentran desunidos en una especie de eco actual de aquella Guerra Civil con modales que recuerdan un tanto a El hombre en el castillo de Philip K. Dick. Para huir de la mala escritura de la realidad, Brill –tal vez como el ministro Solbes– busca y encuentra la entrada al consolador pero riesgoso inframundo de la ficción: “La noche aún es joven, y sin moverme de la cama, con los ojos clavados en la oscuridad, en una tiniebla tan impenetrable que no se alcanza a ver el techo, me pongo a recordar la historia que empecé anoche. Eso es lo que hago cuando no logro conciliar el sueño. Me quedo tumbado en la cama y me cuento historias. Quizá no sean gran cosa, pero siempre y cuando no me salga de ellas, me evitan pensar en cosas que prefiero olvidar”.
Pero, claro, nada es perfecto. Y de pronto –como salida de la nada, ascendiendo desde lo más profundo, cuando todo parece venirse abajo, mientras estallan los hombres y las bombas y los aviones caen envueltos en llamas– la realidad grita como una argentina loca. Y habiendo encontrado la entrada al inframundo pensamos que, o.k., está bien, qué bueno; pero a ver si alguien, por favor, descubre ahora la salida.
2 comentarios:
Què chido està tu blog!!!
Me pasè un par de horas leyendo todo lo que tienes de Auster y Springsteen, un alucine tìo, mil gracias.
SALUDOS DESDE LAS ALTURAS DE LA LITERATURA.
Gracias, muy amable!
Saludos desde las cavernas
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