Entre tanta noticia y excitación por la publicación de la nueva novela de Paul Auster, viene bien entregarse también a otro de los grandes mitos de este blog: Elliott Murphy. Alguien, además, que no es tan lejano a Auster en multitud de vertientes. Ambos son neoyorquinos que han encontrado su mayor reconocimiento en Europa; ambos comparten al menos a grandes rasgos una visión de la América actual y los dos han encontrado en la humildad y el alejamiento del 'star system' la mejor arma para tejer una legión de fieles seguidores.
Elliott Murphy, como sabéis, reside en París desde hace 18 años. En esta ciudad ha grabado algunos de sus mejores álbumes (12, la joya de la corona, quizá con el permiso de Just a Story from America), en ella ha acabado ubicando su hogar y no sorprende, por tanto, que de ella parta el homenaje. La municipalidad del sexto distrito, junto a la Universidad Paris Diderot, estrenan el día 10 de septiembre una exposición titulada 'Elliott Murphy: Last of the rock stars retrospective' en homenaje a sus 35 años de carrera musical y literaria. Rarezas, vinilos, trajes, recortes de prensa... memorabilia variada, en fin. La cosa acabará con un concierto de Elliott y la banda el día 26, que será tan especial que hará que merezca la pena viajar desde cualquier parte del mundo.
Unreal City | Fan site
viernes, agosto 29, 2008
Atención, fans de NYC.
Paul Auster presentará 'Man in the Dark' el 10 de septiembre en la librería Barnes&Noble de Union Square. 7.00 pm. 33 East 17th Street.
Paul Auster presentará 'Man in the Dark' el 10 de septiembre en la librería Barnes&Noble de Union Square. 7.00 pm. 33 East 17th Street.
La influyente crítica del NY Times
Aquí está la influyente crítica del NY Times, por Richard Eder. No parece entusiasmado. Reconoce el poder de Auster en Europa y la diferencia de expectación respecto a su propio país. Apunta que Auster se vuelve cada vez más 'metanarrativo', que sigue llevando al extremo el juego de autoreferencias y su descreimiento en los valores de la narrativa clásica. El problema, dice Eder, es que este cuestionamiento de los valores clásicos acaba siendo tan anticuado como los propios valores que se cuestionan. El resultado final es tan lánguido como disperso, remata.
Archivada en la Guía de Críticas de Man in the Dark/Un hombre en la oscuridad.
Archivada en la Guía de Críticas de Man in the Dark/Un hombre en la oscuridad.
jueves, agosto 28, 2008
Las primeras 26 páginas
Anagrama permite leer en su web las primeras 26 páginas de Un hombre en la oscuridad, lo nuevo de Paul Auster, cuyos primeros párrafos ya se conocen.
El adelanto está aquí.
Sólo haré dos apuntes.
Primero, la dedicatoria:
Segundo, la primera frase.
Es la peor de toda la narrativa de Auster.
El adelanto está aquí.
Sólo haré dos apuntes.
Primero, la dedicatoria:
Para David GrossmanGrossman es un escritor y ensayista israelí, impulsor de la paz en Oriente Medio.
y su mujer Michal
su hijo Jonathan
su hija Ruthi
y a la memoria de Uri
Segundo, la primera frase.
Es la peor de toda la narrativa de Auster.
Estoy solo en la oscuridad, dándole vueltas al mundo en la cabeza mientras paso otra noche de insomnio, otra noche en blanco en la gran desolación americana.Y todos sabemos lo importante que es una buena frase de inicio.
Flor, una amable lectora, nos pone sobre aviso de una interesante charla sobre Murakami en Barcelona. La imparte un viejo conocido de este blog, el traductor y profesor universitario Albert Nolla.
Haruki Murakami y su obraForma parte del ciclo de conferencias 'Letras Japonesas'
A cargo de Albert Nolla, profesor de lengua y literatura japonesas en la Universidad Autónoma de Barcelona
Bilbioteca Ignasi Iglesias-Can Fabra (c/Segre, 24)
Viernes, 7 de noviembre. 19 h.
miércoles, agosto 27, 2008
Murakami, también este otoño
Con el habitual retraso respecto a la publicación original de sus novelas, parece que este otoño toca por fin novedades de Haruki Murakami, quizá el escritor japonés de mayor difusión internacional, con permiso de Oe y el resto de vacas sagradas niponas. Ya hablamos hace tiempo en este blog de After Dark, lo último de Murakami, publicado en inglés en 2007 pese a datar de 2004. Según El País, está en el catálogo de Tusquets para estos meses, que también verán novedades de Doris Lessing, Philip Roth o John Boyne, el autor del pelotazo editorial 'El niño del pijama de rayas'. The Secret Garden hizo una reseña de After Dark y a Cargadadelibros le robé la portada y la sinopsis.
Cerca ya de medianoche, Mari, sentada sola a la mesa de un restaurante, se toma un café, fuma y lee. Un joven la interrumpe: es Takahashi, un músico al que ha visto una única vez, en una cita de su hermana Eri, modelo profesional. Ésta, mientras tanto, duerme en su habitación, sumida en un sueño profundo, “demasiado perfecto, demasiado puro”. Mari ha perdido el último tren de vuelta a casa y piensa pasarse la noche leyendo en el restaurante; Takahashi se va a ensayar con su grupo, pero promete regresar antes del alba. Mari sufre una segunda interrupción: Kaoru, la encargada de un “hotel por horas”, solicita su ayuda. Mari habla chino y una prostituta de esa nacionalidad ha sido brutalmente agredida por un cliente. Dan las doce. En la habitación donde Eri sigue sumida en una dulce inconsciencia, el televisor cobra via y poco a poco empieza a distinguirse en la pantalla una imagen turbadora: una amplia sala amueblada con una única silla en la que está sentado un hombre vestido de negro. Lo más importante es que el televisor no está enchufado…
Cerca ya de medianoche, Mari, sentada sola a la mesa de un restaurante, se toma un café, fuma y lee. Un joven la interrumpe: es Takahashi, un músico al que ha visto una única vez, en una cita de su hermana Eri, modelo profesional. Ésta, mientras tanto, duerme en su habitación, sumida en un sueño profundo, “demasiado perfecto, demasiado puro”. Mari ha perdido el último tren de vuelta a casa y piensa pasarse la noche leyendo en el restaurante; Takahashi se va a ensayar con su grupo, pero promete regresar antes del alba. Mari sufre una segunda interrupción: Kaoru, la encargada de un “hotel por horas”, solicita su ayuda. Mari habla chino y una prostituta de esa nacionalidad ha sido brutalmente agredida por un cliente. Dan las doce. En la habitación donde Eri sigue sumida en una dulce inconsciencia, el televisor cobra via y poco a poco empieza a distinguirse en la pantalla una imagen turbadora: una amplia sala amueblada con una única silla en la que está sentado un hombre vestido de negro. Lo más importante es que el televisor no está enchufado…
Así arranca 'Un hombre en la oscuridad', lo nuevo de Paul Auster
Estoy solo en la oscuridad, dándole vueltas al mundo en la cabeza mientras paso otra noche de insomnio, otra noche en blanco en la gran desolación americana. Arriba, mi hija y mi nieta están cada una en su habitación, también solas: mi hija única, Miriam, de cuarenta y siete años, que se acuesta sola desde hace cinco, y Katya, de veintitrés, única hija de Miriam, que antes dormía con un joven llamado Titus Small, pero ahora Titus ha muerto, y mi nieta duerme sola con el corazón destrozado.
Luz radiante, y luego oscuridad. El sol fulgurando por todos los rincones del cielo, seguido de la negrura de la noche, el silencio de las estrellas, el viento que agita las ramas. Ésa es la monotonía diaria. Llevo viviendo más de un año en esta casa, desde que me dieron de alta en el hospital. Miriam insistió en que viniera, y al principio estábamos los dos solos, junto con la enfermera que me cuidaba durante el día cuando mi hija se iba a trabajar. Luego, tres meses después, a Katya se le cayó el mundo encima, y entonces dejó la escuela de cine en Nueva York y se vino a Vermont a vivir con su madre.
Sus padres lo llamaron como al hijo de Rembrandt, ese pequeño de los cuadros, el niño de cabellos dorados y gorro escarlata, el pupilo distraído que no comprende la lección, la criatura transformada en un joven devastado por la enfermedad que murió a los veintitantos años, igual que el Titus de Katya. Es un nombre maldito, un nombre que debería retirarse para siempre de la circulación. Pienso a menudo en el fin de Titus, la horrorosa historia de su último trance, las imágenes de su agonía, las demoledoras consecuencias de su muerte en mi atribulada nieta, pero no quiero entrar en eso ahora, no puedo caer en ello, tengo que alejarlo lo más posible de mi pensamiento. La noche aún es joven, y sin moverme de la cama, con los ojos clavados en la oscuridad, en una tiniebla tan impenetrable que no se alcanza a ver el techo, me pongo a recordar la historia que empecé anoche. Eso es lo que hago cuando no logro conciliar el sueño. Me quedo tumbado en la cama y me cuento historias. Quizá no sean gran cosa, pero siempre y cuando no me salga de ellas, me evitan pensar en cosas que prefiero olvidar. La concentración, sin embargo, puede darme problemas, y las más de las veces mis pensamientos acaban derivando de la historia que pretendo contar a las cosas en las cuales no quiero pensar. No hay nada que hacer. Fracaso una y otra vez, hay más chascos que aciertos, pero eso no quiere decir que no ponga todo mi empeño.
Lo metí en un hoyo. Parecía un buen comienzo, una prometedora manera de poner las cosas en marcha. Situar a un hombre dormido en un pozo, para luego ver lo que pasa cuando se despierte e intente salir trepando. Me refiero a una profunda concavidad en el suelo, de unos tres metros de honda, excavada en forma de círculo perfecto, con paredes verticales de tierra sólida, muy compacta, tan dura que la superficie tiene una textura de arcilla modelada, de vidrio incluso. En otras palabras, cuando el hombre abra los ojos no conseguirá salir del hoyo. A menos que disponga de una serie de aparejos de montaña -martillo y crampones, por ejemplo, o una cuerda para echar un lazo a un árbol cercano-, pero este hombre no tiene herramientas, y una vez que recobre la conciencia, enseguida comprenderá la naturaleza del aprieto en que se encuentra.
Y así es. El hombre se despierta y descubre que está tendido de espaldas, mirando al cielo de un atardecer sin nubes. Se llama Owen Brick, y no tiene ni idea de cómo ha ido a parar allí, no guarda recuerdo alguno de cómo ha caído en ese agujero cilíndrico, que según sus cálculos tendrá aproximadamente tres metros y medio de diámetro. Se incorpora. Para su sorpresa, va vestido con un uniforme parduzco de lana áspera. Tiene la cabeza cubierta con una gorra, y lleva un par de robustas y gastadas botas de cuero negro, bien atadas por encima de los tobillos con una doble lazada. En las mangas de la chaqueta ostenta dos galones, lo que indica que el uniforme pertenece a un militar con el rango de cabo. Esa persona podría ser Owen Brick, pero el hombre del hoyo, cuyo nombre es Owen Brick, no recuerda haber servido en el ejército ni combatido en guerra alguna en ningún momento de su vida.
A falta de otra explicación, supone que ha perdido temporalmente la memoria a consecuencia de algún golpe recibido en la cabeza. Sin embargo, al pasarse la punta de los dedos por el cuero cabelludo en busca de rasguños o chichones, no encuentra indicios de bultos, ni heridas ni arañazos, nada que sugiera la existencia de ese golpe. ¿Qué ha sido, entonces? ¿Ha sufrido algún trauma que le ha mermado las facultades, haciéndole perder el uso de gran parte del cerebro? Tal vez. Pero a menos que le venga de pronto el recuerdo de ese trauma, no tendrá medio de saberlo. Seguidamente, empieza a explorar la posibilidad de que esté durmiendo en la cama, en su casa, atrapado en un sueño extrañamente lúcido, un sueño tan verosímil y absorbente que la frontera entre lo real y lo imaginario se ha difuminado hasta casi desaparecer. Si eso es cierto, entonces no tiene más que abrir los ojos, levantarse de la cama y dirigirse a la cocina a prepararse el café del desayuno. Pero ¿cómo se pueden abrir los ojos cuando ya están abiertos? Parpadea unas cuantas veces, en un intento pueril de romper el encantamiento; pero no hay hechizo alguno, y la cama mágica no llega a materializarse.
En lo alto, una bandada de estorninos atraviesa su campo de visión durante cinco o seis segundos, desapareciendo luego hacia el crepúsculo. Brick se pone en pie para inspeccionar su entorno, y entonces nota que le abulta un objeto en el bolsillo delantero izquierdo del pantalón. Resulta ser una cartera, la suya, y además de setenta y seis dólares estadounidenses, contiene un carné de conducir expedido por el Estado de Nueva York a un tal Owen Brick, nacido el 12 de junio de 1977. Eso confirma lo que Brick ya sabe: que es un individuo cercano a la treintena con domicilio en Jackson Heights, en el barrio de Queens. Sabe asimismo que está casado con una mujer llamada Flora y que durante los últimos siete años ha trabajado como mago profesional, actuando principalmente en fiestas de aniversario infantiles por toda la ciudad con el nombre artístico del Gran Zavello. Tales hechos no hacen sino ahondar el misterio. Si tan seguro está de quién es, ¿cómo ha acabado entonces en el fondo de ese pozo, vestido con uniforme de cabo, nada menos, sin documentos, ni placa ni identificación que acredite su condición militar?
No tarda mucho en comprender que escapar de allí es totalmente imposible. La pared circular es muy alta, y cuando le da un puntapié con la bota con idea de hacer una marca y crear una especie de punto de apoyo que le permita escalarla, sólo consigue hacerse daño en el dedo gordo. La noche cae rápidamente, y va haciendo frío, un frío húmedo de primavera que le va calando hasta los huesos, y aunque ha empezado a tener miedo, de momento está más confuso que asustado. Sin embargo, no puede por menos de gritar pidiendo auxilio. Hasta ahora, todo ha estado en silencio a su alrededor, señal de que se encuentra en algún lugar remoto y despoblado de la campiña, sin más ruido que el ocasional grito de un pájaro y el murmullo del viento. Como cumpliendo una orden, sin embargo, como obedeciendo a cierta lógica sesgada de causa y efecto, en el momento en que grita la palabra socorro, un fragor de artillería estalla a lo lejos, y el oscuro cielo se alumbra con cometas que van dejando una estela de destrucción. Brick oye ametralladoras, granadas que explotan, y bajo todo eso, sin duda a kilómetros de distancia, un apagado coro de alaridos humanos. Es la guerra, comprende entonces, y él combate en ella, pero sin arma alguna a su disposición, no podrá defenderse si lo atacan, y por primera vez desde que se despertó en el hoyo, siente verdadero pánico.
Las detonaciones se prolongan más de una hora, para luego disiparse poco a poco hasta que se hace el silencio. No mucho después, Brick oye un tenue sonido de sirenas, que atribuye a coches de bomberos que acuden velozmente a los edificios dañados durante el asalto. Luego, las sirenas se apagan a su vez y la calma desciende sobre él una vez más. Además de asustado y aterido de frío, Brick está agotado, y tras pasear en torno a los confines de su cárcel cilíndrica hasta que las estrellas aparecen en el firmamento, se tiende en el suelo y logra dormir al fin.
A la mañana siguiente, muy temprano, lo despierta una voz que lo llama desde arriba del hoyo. Brick alza la cabeza y ve el rostro de un hombre asomado por el borde, y como sólo puede verle la cara, supone que está tumbado boca abajo.
-Cabo -dice el desconocido-. Cabo Brick, es hora de marcharse.
Brick se pone en pie, y ahora que sus ojos están sólo a un metro o metro treinta del rostro del desconocido, ve que se trata de un individuo de tez morena, mandíbula cuadrada y barba de dos días, que lleva una gorra militar idéntica a la que él tiene puesta en la cabeza. Antes de que Brick pueda protestar siquiera para decir que por mucho que desee largarse de allí no está en condiciones de hacerlo, el rostro del hombre desaparece.
-No te preocupes -le oye decir-. Te sacaremos de ahí en un periquete.
Unos momentos después se oye el ruido de un martillo o un mazo golpeando sobre un objeto metálico, y como el sonido se va apagando a cada golpe sucesivo, Brick se pregunta si el desconocido está hincando una estaca de hierro en el suelo. Porque si es así, entonces puede que dentro de poco ate a la estaca una cuerda mediante la cual él podrá trepar y salir del hoyo. Cesa el ruido metálico, pasan otros treinta o cuarenta segundos, y entonces, tal como Brick suponía, cae una cuerda a sus pies.
Brick practica la magia, no el culturismo, y aunque trepar por un metro de cuerda no constituya un esfuerzo excesivamente agotador para un hombre de treinta años en buen estado de salud, a él en cambio le cuesta mucho izarse hasta arriba. La pared no le sirve de ayuda, pues la suela de las botas le resbala continuamente por la lisa superficie, y cuando intenta asegurar los pies en la cuerda, no consigue sujetarse bien, lo que supone que debe recurrir exclusivamente a la fuerza de los brazos, y como los suyos no son ni fuertes ni musculosos, y la cuerda es de un material áspero y, por tanto, le irrita la palma de las manos, esa sencilla operación se convierte en una verdadera batalla. Cuando por fin llega al borde del pozo y el desconocido le da la mano derecha y tira de él hasta ponerlo a nivel del suelo, Brick está sin aliento y asqueado de sí mismo. Tras una actuación tan penosa, espera que su ineptitud sea objeto de burla, pero por algún milagro el desconocido se abstiene de hacer comentario vejatorio alguno.
Mientras se pone trabajosamente en pie, Brick observa que el uniforme de su salvador es igual que el suyo, con la única excepción de que lleva tres galones en la manga, y no dos. Hay una espesa niebla en el ambiente, y le resulta difícil hacerse una idea de dónde se encuentra. En algún sitio solitario del campo, tal como suponía, pero la ciudad o el pueblo que anoche fue víctima del ataque no se ve por parte alguna. Lo único que distingue con claridad es la estaca de metal con la cuerda atada y un jeep lleno de barro estacionado a unos tres metros del hoyo.
-Cabo -dice el desconocido, tendiendo la mano a Brick y estrechándosela con un apretón firme y entusiasta-. Soy tu sargento, Serge Tobak. Pero me suelen llamar Sarge Serge.Brick baja la cabeza y mira al desconocido, que por lo menos es quince centímetros más bajo que él, y repite con voz queda: Sarge Serge.
[vía El País]
Primeras impresiones en Papel en Blanco.
Guía de críticas en Esto es Brooklyn!
Luz radiante, y luego oscuridad. El sol fulgurando por todos los rincones del cielo, seguido de la negrura de la noche, el silencio de las estrellas, el viento que agita las ramas. Ésa es la monotonía diaria. Llevo viviendo más de un año en esta casa, desde que me dieron de alta en el hospital. Miriam insistió en que viniera, y al principio estábamos los dos solos, junto con la enfermera que me cuidaba durante el día cuando mi hija se iba a trabajar. Luego, tres meses después, a Katya se le cayó el mundo encima, y entonces dejó la escuela de cine en Nueva York y se vino a Vermont a vivir con su madre.
Sus padres lo llamaron como al hijo de Rembrandt, ese pequeño de los cuadros, el niño de cabellos dorados y gorro escarlata, el pupilo distraído que no comprende la lección, la criatura transformada en un joven devastado por la enfermedad que murió a los veintitantos años, igual que el Titus de Katya. Es un nombre maldito, un nombre que debería retirarse para siempre de la circulación. Pienso a menudo en el fin de Titus, la horrorosa historia de su último trance, las imágenes de su agonía, las demoledoras consecuencias de su muerte en mi atribulada nieta, pero no quiero entrar en eso ahora, no puedo caer en ello, tengo que alejarlo lo más posible de mi pensamiento. La noche aún es joven, y sin moverme de la cama, con los ojos clavados en la oscuridad, en una tiniebla tan impenetrable que no se alcanza a ver el techo, me pongo a recordar la historia que empecé anoche. Eso es lo que hago cuando no logro conciliar el sueño. Me quedo tumbado en la cama y me cuento historias. Quizá no sean gran cosa, pero siempre y cuando no me salga de ellas, me evitan pensar en cosas que prefiero olvidar. La concentración, sin embargo, puede darme problemas, y las más de las veces mis pensamientos acaban derivando de la historia que pretendo contar a las cosas en las cuales no quiero pensar. No hay nada que hacer. Fracaso una y otra vez, hay más chascos que aciertos, pero eso no quiere decir que no ponga todo mi empeño.
Lo metí en un hoyo. Parecía un buen comienzo, una prometedora manera de poner las cosas en marcha. Situar a un hombre dormido en un pozo, para luego ver lo que pasa cuando se despierte e intente salir trepando. Me refiero a una profunda concavidad en el suelo, de unos tres metros de honda, excavada en forma de círculo perfecto, con paredes verticales de tierra sólida, muy compacta, tan dura que la superficie tiene una textura de arcilla modelada, de vidrio incluso. En otras palabras, cuando el hombre abra los ojos no conseguirá salir del hoyo. A menos que disponga de una serie de aparejos de montaña -martillo y crampones, por ejemplo, o una cuerda para echar un lazo a un árbol cercano-, pero este hombre no tiene herramientas, y una vez que recobre la conciencia, enseguida comprenderá la naturaleza del aprieto en que se encuentra.
Y así es. El hombre se despierta y descubre que está tendido de espaldas, mirando al cielo de un atardecer sin nubes. Se llama Owen Brick, y no tiene ni idea de cómo ha ido a parar allí, no guarda recuerdo alguno de cómo ha caído en ese agujero cilíndrico, que según sus cálculos tendrá aproximadamente tres metros y medio de diámetro. Se incorpora. Para su sorpresa, va vestido con un uniforme parduzco de lana áspera. Tiene la cabeza cubierta con una gorra, y lleva un par de robustas y gastadas botas de cuero negro, bien atadas por encima de los tobillos con una doble lazada. En las mangas de la chaqueta ostenta dos galones, lo que indica que el uniforme pertenece a un militar con el rango de cabo. Esa persona podría ser Owen Brick, pero el hombre del hoyo, cuyo nombre es Owen Brick, no recuerda haber servido en el ejército ni combatido en guerra alguna en ningún momento de su vida.
A falta de otra explicación, supone que ha perdido temporalmente la memoria a consecuencia de algún golpe recibido en la cabeza. Sin embargo, al pasarse la punta de los dedos por el cuero cabelludo en busca de rasguños o chichones, no encuentra indicios de bultos, ni heridas ni arañazos, nada que sugiera la existencia de ese golpe. ¿Qué ha sido, entonces? ¿Ha sufrido algún trauma que le ha mermado las facultades, haciéndole perder el uso de gran parte del cerebro? Tal vez. Pero a menos que le venga de pronto el recuerdo de ese trauma, no tendrá medio de saberlo. Seguidamente, empieza a explorar la posibilidad de que esté durmiendo en la cama, en su casa, atrapado en un sueño extrañamente lúcido, un sueño tan verosímil y absorbente que la frontera entre lo real y lo imaginario se ha difuminado hasta casi desaparecer. Si eso es cierto, entonces no tiene más que abrir los ojos, levantarse de la cama y dirigirse a la cocina a prepararse el café del desayuno. Pero ¿cómo se pueden abrir los ojos cuando ya están abiertos? Parpadea unas cuantas veces, en un intento pueril de romper el encantamiento; pero no hay hechizo alguno, y la cama mágica no llega a materializarse.
En lo alto, una bandada de estorninos atraviesa su campo de visión durante cinco o seis segundos, desapareciendo luego hacia el crepúsculo. Brick se pone en pie para inspeccionar su entorno, y entonces nota que le abulta un objeto en el bolsillo delantero izquierdo del pantalón. Resulta ser una cartera, la suya, y además de setenta y seis dólares estadounidenses, contiene un carné de conducir expedido por el Estado de Nueva York a un tal Owen Brick, nacido el 12 de junio de 1977. Eso confirma lo que Brick ya sabe: que es un individuo cercano a la treintena con domicilio en Jackson Heights, en el barrio de Queens. Sabe asimismo que está casado con una mujer llamada Flora y que durante los últimos siete años ha trabajado como mago profesional, actuando principalmente en fiestas de aniversario infantiles por toda la ciudad con el nombre artístico del Gran Zavello. Tales hechos no hacen sino ahondar el misterio. Si tan seguro está de quién es, ¿cómo ha acabado entonces en el fondo de ese pozo, vestido con uniforme de cabo, nada menos, sin documentos, ni placa ni identificación que acredite su condición militar?
No tarda mucho en comprender que escapar de allí es totalmente imposible. La pared circular es muy alta, y cuando le da un puntapié con la bota con idea de hacer una marca y crear una especie de punto de apoyo que le permita escalarla, sólo consigue hacerse daño en el dedo gordo. La noche cae rápidamente, y va haciendo frío, un frío húmedo de primavera que le va calando hasta los huesos, y aunque ha empezado a tener miedo, de momento está más confuso que asustado. Sin embargo, no puede por menos de gritar pidiendo auxilio. Hasta ahora, todo ha estado en silencio a su alrededor, señal de que se encuentra en algún lugar remoto y despoblado de la campiña, sin más ruido que el ocasional grito de un pájaro y el murmullo del viento. Como cumpliendo una orden, sin embargo, como obedeciendo a cierta lógica sesgada de causa y efecto, en el momento en que grita la palabra socorro, un fragor de artillería estalla a lo lejos, y el oscuro cielo se alumbra con cometas que van dejando una estela de destrucción. Brick oye ametralladoras, granadas que explotan, y bajo todo eso, sin duda a kilómetros de distancia, un apagado coro de alaridos humanos. Es la guerra, comprende entonces, y él combate en ella, pero sin arma alguna a su disposición, no podrá defenderse si lo atacan, y por primera vez desde que se despertó en el hoyo, siente verdadero pánico.
Las detonaciones se prolongan más de una hora, para luego disiparse poco a poco hasta que se hace el silencio. No mucho después, Brick oye un tenue sonido de sirenas, que atribuye a coches de bomberos que acuden velozmente a los edificios dañados durante el asalto. Luego, las sirenas se apagan a su vez y la calma desciende sobre él una vez más. Además de asustado y aterido de frío, Brick está agotado, y tras pasear en torno a los confines de su cárcel cilíndrica hasta que las estrellas aparecen en el firmamento, se tiende en el suelo y logra dormir al fin.
A la mañana siguiente, muy temprano, lo despierta una voz que lo llama desde arriba del hoyo. Brick alza la cabeza y ve el rostro de un hombre asomado por el borde, y como sólo puede verle la cara, supone que está tumbado boca abajo.
-Cabo -dice el desconocido-. Cabo Brick, es hora de marcharse.
Brick se pone en pie, y ahora que sus ojos están sólo a un metro o metro treinta del rostro del desconocido, ve que se trata de un individuo de tez morena, mandíbula cuadrada y barba de dos días, que lleva una gorra militar idéntica a la que él tiene puesta en la cabeza. Antes de que Brick pueda protestar siquiera para decir que por mucho que desee largarse de allí no está en condiciones de hacerlo, el rostro del hombre desaparece.
-No te preocupes -le oye decir-. Te sacaremos de ahí en un periquete.
Unos momentos después se oye el ruido de un martillo o un mazo golpeando sobre un objeto metálico, y como el sonido se va apagando a cada golpe sucesivo, Brick se pregunta si el desconocido está hincando una estaca de hierro en el suelo. Porque si es así, entonces puede que dentro de poco ate a la estaca una cuerda mediante la cual él podrá trepar y salir del hoyo. Cesa el ruido metálico, pasan otros treinta o cuarenta segundos, y entonces, tal como Brick suponía, cae una cuerda a sus pies.
Brick practica la magia, no el culturismo, y aunque trepar por un metro de cuerda no constituya un esfuerzo excesivamente agotador para un hombre de treinta años en buen estado de salud, a él en cambio le cuesta mucho izarse hasta arriba. La pared no le sirve de ayuda, pues la suela de las botas le resbala continuamente por la lisa superficie, y cuando intenta asegurar los pies en la cuerda, no consigue sujetarse bien, lo que supone que debe recurrir exclusivamente a la fuerza de los brazos, y como los suyos no son ni fuertes ni musculosos, y la cuerda es de un material áspero y, por tanto, le irrita la palma de las manos, esa sencilla operación se convierte en una verdadera batalla. Cuando por fin llega al borde del pozo y el desconocido le da la mano derecha y tira de él hasta ponerlo a nivel del suelo, Brick está sin aliento y asqueado de sí mismo. Tras una actuación tan penosa, espera que su ineptitud sea objeto de burla, pero por algún milagro el desconocido se abstiene de hacer comentario vejatorio alguno.
Mientras se pone trabajosamente en pie, Brick observa que el uniforme de su salvador es igual que el suyo, con la única excepción de que lleva tres galones en la manga, y no dos. Hay una espesa niebla en el ambiente, y le resulta difícil hacerse una idea de dónde se encuentra. En algún sitio solitario del campo, tal como suponía, pero la ciudad o el pueblo que anoche fue víctima del ataque no se ve por parte alguna. Lo único que distingue con claridad es la estaca de metal con la cuerda atada y un jeep lleno de barro estacionado a unos tres metros del hoyo.
-Cabo -dice el desconocido, tendiendo la mano a Brick y estrechándosela con un apretón firme y entusiasta-. Soy tu sargento, Serge Tobak. Pero me suelen llamar Sarge Serge.Brick baja la cabeza y mira al desconocido, que por lo menos es quince centímetros más bajo que él, y repite con voz queda: Sarge Serge.
[vía El País]
Primeras impresiones en Papel en Blanco.
Guía de críticas en Esto es Brooklyn!
miércoles, agosto 20, 2008
Man in the Dark: Guía de críticas
La aparición en el mercado anglosajón de la más reciente novela de Paul Auster, Man in the Dark, bien merece una nueva edición de nuestras Guías de Críticas. Lo hicimos con Brooklyn Follies (inglés, castellano) y también con Viajes por el Scriptorium. Vamos a ir colgando aquí las críticas que aparezcan en los medios on line, por si pueden servir de algo a los lectores dubitativos.
Michael Hill, The Associated Press, 16 de agosto de 2008
Steve Giegerich, en St. Louis Post Dispatch, 17 de agosto de 2008
Stuart Kelly, en Scotland on Sunday, 17 de agosto de 2008
Chauncey Mabe, en Orlando Sentinel, 17 de agosto de 2008
Michael Antman, en Popmatters, 15 de agosto de 2008
Mark Athitakis, en Washington City Paper, 21 de agosto de 2008
Richard Eder, en The New York Times, 25 de agosto de 2008
Debra Bruno, en Chicago Sun Times, 24 de agosto de 2008
Glenn C. Altschuler, en The Philadelphia Inquirer, 24 de agosto de 2008
John Gregory Brown, en The Boston Globe, 24 de agosto de 2008
Ruth Scurr, en The Telegraph, 23 de agosto de 2008
Jane Smiley, en Los Angeles Times, 24 de agosto de 2008
Janet Maslin, en International Herald Tribune, 27 de agosto de 2008
Stephen Amidon, en The Sunday Times, 24 de agosto de 2008
Michael Hill, The Associated Press, 16 de agosto de 2008
Steve Giegerich, en St. Louis Post Dispatch, 17 de agosto de 2008
Stuart Kelly, en Scotland on Sunday, 17 de agosto de 2008
Chauncey Mabe, en Orlando Sentinel, 17 de agosto de 2008
Michael Antman, en Popmatters, 15 de agosto de 2008
Mark Athitakis, en Washington City Paper, 21 de agosto de 2008
Richard Eder, en The New York Times, 25 de agosto de 2008
Debra Bruno, en Chicago Sun Times, 24 de agosto de 2008
Glenn C. Altschuler, en The Philadelphia Inquirer, 24 de agosto de 2008
John Gregory Brown, en The Boston Globe, 24 de agosto de 2008
Ruth Scurr, en The Telegraph, 23 de agosto de 2008
Jane Smiley, en Los Angeles Times, 24 de agosto de 2008
Janet Maslin, en International Herald Tribune, 27 de agosto de 2008
Stephen Amidon, en The Sunday Times, 24 de agosto de 2008
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